sábado, 14 de julio de 2012

Teatro


Una doncella de aspecto dulce e inocente estaba sentada en un hermoso porche blanco y ricamente adornado. A su espalda se extendía el hermoso jardín, repleto de flores de los más brillantes colores. A lo lejos un bosque frondoso y tupido, coronado por un cielo asombrosamente azul. Frente a la doncella se arrodillaba un apuesto joven, cuyas ropas denotaban su noble origen. El caballero le pedía a la joven su mano en matrimonio. La muchacha enrojeció y se sintió desfallecer. Una sola palabra, dicha en un susurro, bastó para que sus destinos quedaran entrelazados para siempre. El caballero, con los ojos brillantes de felicidad, cogió la frágil mano de la doncella entre las suyas y la besó.


Se oyó un aplauso ensordecedor y un telón rojo cubrió la romántica escena. Un momento después el telón volvió a correrse y mostró a la doncella y al caballero, que ahora estaban de pie y cogidos del brazo. Se les habían unido otros personajes. La intensidad de los aplausos se vio redoblada al hacer todos ellos una graciosa reverencia.
Una vez hubo caído el telón, todos se dirigieron a sus respectivos camerinos. La grácil doncella se despojó de su delicado vestido, se embutió las piernas dentro de unos ajustados vaqueros y cubrió sus senos con una minúscula camiseta de lentejuelas que apenas servía para tal propósito. Cambió los finos zapatos de satén blanco por unos altísimos tacones de cuero rojo. Se quitó a toda prisa el suave y discreto maquillaje que había llevado en escena y lo sustituyó, con las mismas prisas, por otro mucho más vistoso y atrevido, que hacía que sus labios pareciesen más gruesos y jugosos, que sus pestañas se alargaron como abanicos de plumas, y que su rostro aparentase más edad y madurez de las que en realidad poseía. Los largos cabellos rojizos, que habían formado una maravillosa cascada de ondas sobre los hombros de la doncella, se vieron atrapados por crueles pinzas de metal ardiente que los volvieron lisos y uniformes, sumisos. El lugar de los sencillos pendientes de perlas nacaradas fue ocupado por dos enormes aros plateados, y las redondeadas uñas rosadas, se vieron aplastadas por unas larguísimas uñas postizas de color bermellón.
 Llamaron a la puerta. Antes de abrir, la doncella, cuyo aspecto no guardaba ya el más mínimo parecido con el original, sacó de un cajón tres pequeños frascos. Se tomó dos aspirinas, un estimulante, y volcó un poco del polvillo blanco que contenía el tercer frasco encima de un trozo de papel de aluminio, doblando este de forma que el polvo se dispuso formando una fina línea blanca.  A continuación, acercando su pequeña nariz a la mesa, aspiró con fuerza. Una vez lo hubo guardado todo en su sitio, cogió su bolso de imitación y abrió la puerta. A fuera la esperaba otra muchacha con su mismo aspecto que la riñó por su tardanza. La doncella inventó una rápida excusa y cerrando la puerta tras de sí, se marchó con su compañera riendo y gritando, dejando atrás el camerino, que quedó sumido en el más absoluto silencio.


Obra registrada:
Safe Creative #1207141963792

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