lunes, 2 de julio de 2012

El precio de la inmortalidad



El crepitar de la solitaria vela que, medio consumida, se deshacía lentamente en un rincón del escritorio, resultaba estruendoso en medio del silencio que reinaba en la habitación. Un joven de rasgos suaves y cabellos castaños dormía plácidamente apoyado en la vieja mesa, sobre el revoltijo de ajados papeles que había estado leyendo. El chillido de una lechuza cerca de su ventana le hizo abrir los ojos, azules como el cielo, y mirar el reloj. Era tarde. Decidió que seguiría leyendo por la mañana, con la luz del día. Se levantó y apagó la vela. Fue hasta la ventana para cerrarla y se detuvo un momento a contemplar la belleza de los campos sumidos en la oscuridad. El suave viento mecía las ramas de los árboles más altos y la luna creaba reflejos plateados sobre el ancho valle. La lechuza que lo había despertado alzó el vuelo desde una rama cercana y cruzó el cielo hasta perderse en el horizonte. Iba a cerrar la ventana cuando un extraño sonido le hizo detenerse y aguzar la vista tratando de ver el tortuoso camino que conducía a la casa. Alguien se acercaba.



El joven bajó las escaleras con sigilo. Encendió la vela que había junto a la puerta y la abrió cautelosamente. No tardó en presentarse ante eél, como salida de la nada, la figura encapuchada que había visto aproximarse. Le sorprendió que hubiese tardado tan poco en subir la empinada cuesta que llevaba hasta la casa. El desconocido se quitó la capucha y la luz de la vela iluminó su pálido rostro. Era joven, quizá de su misma edad. Le miró fijamente a los ojos, negros como la más cerrada de las noches, y se interesó por su nombre y por el motivo de su visita.
-Me llamo Dorian. Vengo de muy lejos y aún me queda un largo camino hasta llegar a mi destino. Me preguntaba si podrían darme cobijo por esta noche.
La puerta chirrió a sus espaldas y al volverse se encontró con la mirada temerosa de su madre.
-Óscar, hijo mío, ¿quién es este muchacho y qué desea a estas horas?
El joven se inclinó respetuosamente y volvió a presentarse. La mujer, al ver que era  de buenas maneras, se tranquilizó y le invitó a entrar. Pidió a su hijo que trajese leña para el fuego y en poco tiempo la casa se llenó de un agradable olor a sopa caliente.
El huésped se quitó la capa y la dejó sobre una silla. Sus ropas eran finas y estaban ricamente bordadas. Se protegía el cuello con un elegante pañuelo de seda, y al quitarse los guantes, Óscar vio que sus manos eran suaves y delicadas, casi como las de una mujer. Se preguntó si pertenecería a la nobleza.
Cuando la cena estuvo lista, su madre fue arriba a buscar a su hermanita y Óscar se sentó a la mesa junto a su invitado.
-Y adónde os dirigís, si no es indiscreción.
Dorian sonrió.
-Si he de ser sincero, la verdad es que a ningún lugar.... Y a la vez a todos los lugares.
-No os entiendo.
-Siempre estoy viajando. No poseo tierras, ni casa, ni ningún sitio al que pueda llamar hogar.
-Nadie lo diría al veros.
-¿Lo decís por esto?-dijo al tiempo que se acariciaba la elegante camisa.- No son más que regalos. He conocido mucha gente en mis viajes.
Calló al ver que volvían las dos mujeres y no volvió a hacer comentario alguno durante la cena.
 Al terminar Óscar guió al forastero hasta la habitación de su madre. Ella dormiría con su hermana. La estancia era pequeña y de techo bajo. Apenas había espacio para la modesta cama de matrimonio y un viejo baúl de madera donde guardaban la ropa limpia.
-No es gran cosa, pero es todo lo que podemos ofrecerle.
-Agradezco mucho su hospitalidad-murmuró cortésmente antes de retirarse. La puerta se cerró suavemente tras él.
Rose, la hermana de Óscar, que había subido tras ellos, le pidió con su dulce e irresistible vocecita que le contara un cuento antes de irse a dormir. Óscar la cogió en brazos y la llevó a su cuarto. Su madre seguía abajo limpiando la olla que había usado para cocinar. Cuando la pequeña Rose estuvo bien arropada dentro de su camita, su hermano se sentó a sus pies y le preguntó qué clase de cuento quería oír.
-Uno de fantasmas- exclamó la pequeña entusiasmada.
-Está bien- dijo sonriendo.-Te contaré el cuento del Fantasma Triste.
“Érase una vez, en un reino muy lejano, un hombre malvado y cruel que tenía aterrorizados a los vecinos del pueblo en el que vivía. Era tan despiadado que si iba andando por la calle y veía a un niño, se sacaba el cinturón y corría tras él para golpearle, y si algún perro o gato se cruzaba en su camino, lo cogía por el cuello y lo ahogaba. Aquel hombre no hablaba con nadie, nunca iba a la iglesia, ni siquiera tenía amigos. En el jardín que había frente a su casa no crecían flores ni arbustos, y parecía que hasta los pájaros temían posarse en los aleros de su tejado. Eran muchos los que decían que llevaba el diablo dentro, y muchos más los que aseguraban que era el diablo en persona.
Una noche se desató sobre el pueblo una terrible tormenta que lo cubrió todo con un manto blanco. Cuatro largos días tardó la nieve en derretirse, y al hacerlo dejó al descubierto el cuerpo congelado de aquel desalmado. Lo encontraron en el jardín de su casa, entre la hierba reseca y marchita, tumbado boca arriba y con los ojos fijos en el cielo gris.
Lo enterraron en el cementerio a las afueras del pueblo. No consiguieron encontrar a ningún familiar, por lo que solo asistieron a la ceremonia el sacerdote y el enterrador. Pasaron los años y el recuerdo de aquel hombre monstruoso empezó a desvanecerse de las mentes de los pueblerinos.
Hasta que un día sucedió algo que  hizo que volviera a instalarse el miedo en sus corazones. Aquella noche el alcalde se presentó en el ayuntamiento en camisón, alertado por los gritos y ruegos de sus conciudadanos. Se encontró con un par de niños acompañados de sus familias. Al principio temió que le hubiesen despertado por una simple gamberrada, pero enseguida se dio cuenta de que no se trataba de ninguna broma. Los rostros de los niños reflejaban auténtico terror y se aferraban a las faldas de sus madres con desesperación. Por lo visto habían entrado en la vieja casa del hombre malo a explorar y aseguraban haber visto al fantasma del viejo.
Para tranquilizar a las familias, el alcalde envió a unos cuantos hombres a inspeccionar la casa, por si algún indigente se hubiese instalado en ella. Todos ellos volvieron con idéntica expresión de terror. Uno de ellos aseguró que el fantasma se les había aparecido, nada más entrar en la casa, y que con voz de ultratumba les había ordenado que saliesen de allí o les arrastraría a los infiernos con él.
Después de aquello nadie más osó acercarse a la casa en mucho tiempo. Pero un buen día se presentó en el pueblo un hombre misterioso acompañado por un niño y una niña de corta edad. Aquel hombre aseguraba que sus sobrinos tenían el poder de hablar con los muertos y que les ayudarían a librarse del fantasma que tenía aterrorizados a los habitantes del pueblo  a cambio de unas monedas de oro. Los vecinos aceptaron el trato y aquella misma noche los dos niños entraron en la casa encantada cogidos de la mano, y sin el menor rastro de temor en sus inocentes rostros.”
-¿Cómo se llamaban los niños?-interrumpió Rose.
-         Pues se llamaban..... Óscar y Rose.
La pequeña sonrió y el muchacho siguió con su historia.
“Como decía, los dos niños entraron sin miedo en la casa. Encontraron al fantasma sentado a la mesa frente a un plato vacío. El fantasma también los vio y con un gruñido les preguntó porqué no corrían.
-¿Acaso no tenéis miedo?
-No- respondieron los niños.
-¿Y porqué no?
-Porque somos buenos.
El fantasma no supo qué responder a eso y volvió a mirar fijamente el plato vacío. Los niños se sentaron a la mesa con él.
-¿Tienes hambre?- preguntó Rose.
-Tengo hambre, tengo frío, tengo sed....Y no puedo comer, ni beber, ni calentarme al fuego.
-¿Y por qué sigues aquí?-inquirió Óscar.
-Porque no puedo marcharme. –dijo el fantasma apesadumbrado.- Mientras estaba vivo fui un hombre malo,  cometí el peor crimen del mundo, y ahora estoy condenado a vagar eternamente sin descanso hasta que aquellos a los que hice daño me perdonen.
-¿Qué crimen cometió?
El espíritu tardó en contestar y cuando lo hizo su voz sonó como un lamento.
-Maté a mi propia hermana.
Esta vez fueron los niños los que enmudecieron.
-¿Por qué?- preguntó Rose.
-Porque yo era joven y egoísta, y me enfureció saber que ella había encontrado el amor. Los maté a los dos, a ella y a su amado, y los enterré en el jardín. Por eso no crecen flores en  él, y por eso los pájaros temen  acercarse.
-¿Ha intentado pedirles perdón?-preguntó Óscar.
-No me atrevo. ¿Por qué iban a perdonarme?
-Porque usted lamenta lo que les hizo.
-¿Y qué? Eso no cambiará nada, no les devolverá la vida que podrían haber tenido juntos.
-Pero despertará su compasión.-aseveró Rose.
El fantasma no parecía convencido, pero al final cedió, y salieron al jardín. Más allá  de la cerca, el tío de los pequeños observaba la escena impasible. Los escasos vecinos habían corrido a refugiarse a sus casas al ver salir al fantasma. Óscar y Rose se arrodillaron sobre la tierra marchita y juntaron las manos para rezar. En voz baja, el fantasma llamó a su hermana y de las entrañas de la tierra emergió la figura de una hermosa joven de largos cabellos dorados que al ver a los niños arrodillados, rogando por el alma de su pobre hermano, sonrió, lo cogió de las manos, y tras besarlo en la frente le dijo:
-Me alegro de que hayas encontrado buenos amigos, hermano. Mi amado y yo te perdonamos.  Ven a casa con nosotros.
Las dos figuras se desvanecieron juntas y el jardín se cubrió de flores. Porque solo con el perdón se puede recobrar la paz de espíritu.”
 Rose se había quedado dormida. Su hermano se levantó con cautela y salió de la habitación sin hacer ruido. Una vez en la suya, el muchacho se desnudó y se metió en la cama. El cansancio había ido haciendo mella en él a lo largo del día, por lo que no tardó en rendirse a los brazos de Morfeo. Algo lo despertó, sin embargo, cerca de la media noche, la extraña y oscura sensación de no estar solo, de que alguien le observaba con atención. Abrió los ojos pero la oscuridad de la habitación era impenetrable. Solo cuando las nubes, empujadas por el fuerte viento que recién se había levantado, dejaron paso a un tímido rayo de luna, pudo ver el joven Óscar el rostro de su huésped inclinado sobre él, con aquellos ojos de azabache y aquella extraña sonrisa que lo dejó paralizado al instante.
-¿Qué significa esto?-logró balbucear.- ¿Qué quiere?
-Quería verte más de cerca- murmuró el invitado.-Me ha gustado el cuento que le has contado a tu hermana. Entiendo bien al Fantasma Triste. Yo también llevo el demonio dentro.
-¿Qué quiere?-preguntó el otro aterrorizado.
-Te quiero a ti- dijo inclinándose aún más.
Óscar sintió su aliento sobre el cuello y luego un pinchazo agudo y la sangre que se derramaba caliente sobre las sábanas. Intentó resistirse, pero se sentía incapaz. Aquel joven tenía una fuerza extraordinaria y lo retenía contra la cama con todo el peso de su cuerpo, lamiéndole la garganta a la vez que con la mano que le restaba libre le acariciaba los cabellos. El dolor en su cuello era cada vez más agudo. Quiso gritar, pero era imposible. De su boca apenas escapaba algún gemido débil e inaudible.  La sangre seguía manando abundantemente de la herida, y el muchacho sentía que se le nublaba la vista. Todo transcurrió como en un sueño, y como salido de un sueño se sintió el joven Óscar cuando abrió los ojos y vio al huésped de pie junto a su escritorio, examinando con atención los papeles que habían quedado desperdigados anárquicamente esperando el nuevo día.
-¿Te gusta la poesía?- preguntó sin mirarlo.
Óscar se incorporó ligeramente. El cuello ya no le dolía. Se llevó la mano a la garganta y al retirarla no vio el menor rastro de sangre. Desconcertado, se preguntó si no habría sido todo un sueño al fin y al cabo.
-¿Qué hace en mi habitación?
El joven, haciendo caso omiso de la pregunta, cogió uno de los muchos papeles, se sentó a los pies de su cama  y recitó:

“¿Cómo puedo volver a tener dicha
si me es negado el bien de hallar reposo?
Si no me alivia la noche el mal diurno,
sino que día y noche, noche y día,

aunque son enemigos sus imperios
se dan la mano y acuerdan torturarme,
el uno con su afán, la otra con sus quejas
de que estoy cada vez de ti más lejos.”

-….Siempre es un placer conocer a alguien que aprecia a Shakespeare.-concluyó.
-No tiene derecho a entrar así en mi habitación.
-Te pido disculpas-murmuró el intruso torciendo el gesto-. Quizá hubieses preferido que fuese a visitar a tu madre o a tu hermana.
Óscar sintió cómo se le helaba la sangre en las venas.
-Si les hace daño….-murmuró entre dientes.
-No te preocupes, ellas no me interesan tanto como tú-dijo, y, tras un prolongado silencio, añadió-. Llevo días observándote, ¿sabes? No he llegado hasta aquí de la noche a la mañana. Te he estado vigilando, escondido en el bosque, como una bestia. He aprendido mucho sobre ti, y cuanto más aprendía, más fascinado estaba contigo.
-¿Por qué conmigo?-preguntó el muchacho desconcertado.
El huésped no contestó. Se levantó y se paseó por la oscura habitación. Finalmente, tomó asiento en la silla de madera, frente al escritorio, y dijo con voz suave.
-Llevo mucho tiempo solo. Demasiado. Confiaba en que quizá tu y yo….Podríamos hacernos compañía. Que quizá tú me comprenderías.
-Pues no, no le comprendo, no comprendo nada.
El huésped sonrió.
-Sé que eres bueno contando historias. Deja que yo te cuente una. Cuando la hayas oído, comprenderás.
“Érase una vez un joven huérfano que no tenía nada, que se había criado en la miseria, cuyo triste destino consistía únicamente en sobrevivir un día más alimentado por la esperanza de que las cosas fueran a mejor, pero sabiendo que solo podían ir a peor. Para los desgraciados como él no había ningún futuro, más que el de acabar sus días en algún inmundo rincón ante las miradas indiferentes de los más afortunados.
Pero el destino es caprichoso, y tenía otros planes para aquel muchacho. Cierto día, el joven robó una barra de pan a un vendedor descuidado que lo persiguió por media ciudad hasta dejarlo casi exhausto. Iba a rendirse ya cuando, desde un portal, oyó que alguien le llamaba. Era un caballero de aspecto sobrio pero elegante, de cabellos dorados que llevaba rizados por detrás de la oreja. Le invitó a entrar, y nuestro protagonista accedió sin dudar.
Los días siguientes los pasó en la mansión de aquel hombre tan extraño que se ocupaba de él, lo alimentaba, lo vestía, lo aseaba, y, en general, se preocupaba de que no le faltase de nada. Le explicó que había perdido a su mujer hacía poco, que no habían tenido hijos y que se sentía muy solo desde entonces. Quería asegurarse de que, si él se iba, quedaría alguien para cuidar de su casa y sus recuerdos. Aquel hombre adoptó al muchacho. Pasaron unos días muy felices, en los que el caballero enseñó al muchacho a leer y a escribir y le proporcionó sus primeros libros. El muchacho llegó a sentir verdadera adoración hacia su protector.
Una noche, su padre adoptivo le citó en su habitación, y cuando el muchacho entró lo encontró sentado a su mesa, como siempre, escribiendo lo que parecía una larguísima carta. “Padre, ¿quería verme?” “Sí, hijo mío. Quería decirte que ha llegado mi momento, he de irme. Esto- dijo señalando el escrito-, es mi testamento. Te dejo todo lo que poseo, mi casa, mis libros, y todo mi dinero. Puedes hacer lo que quieras con ellos.” “Padre, ¿acaso estáis enfermo?”-preguntó el joven, preocupado. “No querido, me temo que es algo mucho peor que eso. Estoy maldito. El Señor no quiso que Madeleine y yo tuviéramos hijos para que no heredaran esta terrible maldición. Hoy hace un año que ella se marchó y ha llegado el momento de que yo también me retire a descansar. Pero antes de hacerlo, quiero darte un consejo: “La eternidad no trae consigo la felicidad. Ésta solo puede proporcionártela el ser amado. No cometas los mismos errores que yo. No intentes vencer al tiempo.”
Tras decir esto, se marchó y nadie más volvió a saber de él.  Casi un año más tarde, aquel joven fue al cementerio a visitar a la mujer que su padre había amado, y se encontró con que junto al sepulcro se alzaba una impresionante estatua de mármol, de tamaño natural, que postrada junto a la tumba, semejaba rezar. El joven echó a correr asustado y nunca más volvió a pisar aquel lugar. Ver el rostro de aquel al que tanto había amado convertido en piedra, con los surcos de lo que antaño fueron lágrimas resbalando por sus mejillas, había sido demasiado para él. Desde aquel día, desoyendo los consejos de su tutor, el muchacho dedicó todo su tiempo a buscar respuestas, a averiguar la naturaleza y el origen de la maldición de la que había hablado. Y la encontró.”
El huésped quedó callado, absorto en sus pensamientos. Cuando volvió a hablar lo hizo en un susurro, como si se lo dijese a sí mismo.
“Fue una bruja gitana. La conocí por casualidad. Ella me contó todo lo que quería saber, y me convirtió en lo que soy ahora. Al principio me pareció algo maravilloso, y no entendí  por qué mi padre había renunciado a ello. Ahora lo entiendo. Fui un estúpido al no seguir su consejo. Y lo estoy pagando.”
-No lo entiendo- confesó Óscar . Había escuchado la narración absolutamente fascinado, pero había algo que no alcanzaba a comprender.-¿ Cuál es esa maldición de la que hablas?.
El huésped se levantó y volvió a sentarse a los pies de su cama. Se quitó lentamente el pañuelo que rodeaba su cuello dejando a la vista dos pequeñas cicatrices, como las dejadas por dos pinchazos.
-La maldición de la vida eterna. La maldición de una existencia vergonzosa, la de un parásito, al que le es negado casi cualquier placer. No como, no duermo, no siento ni el frío ni el calor, hace años que me está prohibido ver la luz del sol. Desafié egoístamente las leyes de la naturaleza y me convertí en un ser monstruoso, en una criatura sedienta de sangre a la que muchos hombres persiguen sin descanso con el firme propósito de aniquilarla, y no sin razón. Soy un vampiro.
-Estás loco.- sentenció Óscar levantándose de la cama de un salto. Había recuperado la movilidad perdida. Agachándose rápidamente junto al escritorio, abrió una cajón y sacó el cuchillo de caza que había pertenecido a su padre.- Sal de aquí. Márchate y déjanos en paz.
El otro joven se levantó y caminó lentamente hacia él.
-¿No me crees? Te lo demostraré-dijo, y con una velocidad asombrosa le quitó el cuchillo de las manos y se lo hundió a sí mismo en el estómago. Óscar dejó escapar un grito ahogado. El huésped no hizo ni un gesto de dolor. Impasible, se arrancó el arma de las entrañas. La hoja estaba empapada de sangre, pero bajo la desgarrada camisa no se veía herida alguna.-¿Me crees ahora?
Óscar no sabía qué hacer ni qué decir. Quería salir corriendo de la habitación pero nuevamente se sentía incapaz de moverse. La mirada del huésped era hipnótica, sus ojos semejaban dos túneles hacia la  oscuridad más absoluta. Vio que se sacaba un pequeño espejo del bolsillo y se lo tendía. Lo cogió con manos temblorosas y, obedeciendo a un gesto de su interlocutor, se miró en él. Vio su rostro pálido como la nieve, sus ojos desmesuradamente abiertos y asustados y su frente cubierta de mechones de pelo húmedo. Pero lo que verdaderamente le asustó fue ver en su garganta dos pequeñas marcas idénticas a las que el joven que tenía frente a él le había mostrado.
-¿Qué….Qué me has hecho?-tartamudeó.
-Te he mordido. Lo de antes no ha sido un sueño, Óscar.
-Pero eso significa que….yo….soy….
-No, no eres un vampiro. Si hubiese querido convertirte, te habría obligado a beber mi sangre después de morderte. Así es como se hace.
-¿Qué quieres de mí?
-No lo sé-contestó él tras un silencio.- Yo…. Simplemente estoy cansado de estar solo.
Óscar lo miró confuso. Aquella situación le parecía grotesca. Finalmente, se sentó en la silla e hizo la pregunta que encontró más obvia.

-¿Y por qué yo? ¿Por qué has decidido que quieres estar conmigo?
-Por que eres la persona más interesante que he conocido, aparte de a mi padrastro
-Pero, ¿qué sabes tú de mí?
-Lo sé todo. Conozco tu historia. Sé que eres la única esperanza de una madre viuda para sacar a delante a su familia. Sé que quisiste estudiar las bellas letras, pero que tuviste que abandonar tus estudios cuando tu padre murió. Sé que pasas horas y horas metido en una oficina y que a la hora de comer te escapas a la biblioteca del pueblo. Sé incluso más de lo que tú mismo sabes sobre ti. Como que tu madre ansía que te cases y formes una familia. Y también sé que eso nunca ocurrirá. ¿Quieres saber por qué?
-¿Por qué?- preguntó Óscar mirándole fijamente.
-Porque sabes que ninguna de las muchachas del pueblo, por dulce o hermosa que sea, te hará feliz. Porque hace años que esperas a la persona adecuada, aquella que sea capaz de encender en tu pecho el verdadero amor y la verdadera pasión.
Óscar temblaba. Su huésped se había ido acercando lentamente hacia él hasta rozarle la mejilla con la suya. Un escalofrío le recorrió de arriba abajo cuando sintió su cálido aliento contra la oreja y le oyó susurrar:
-Deja que yo sea esa persona, Óscar. Deja que te ame. Deja que me quede contigo.
Tras decir esto, se apartó un poco, pero manteniendo aún su rostro muy cerca del suyo. Aquellos ojos negros brillaban ahora como si se hubiese encendido un fuego en su interior. No se había dado cuenta hasta entonces de lo extrañamente bellos que eran. Cuando le besó, el joven Óscar sintió que la habitación se desvanecía a su alrededor, y supo que aquel muchacho tenía razón, que quizá desde antes de su nacimiento, ya estaban destinados a encontrase.
A la mañana siguiente, antes de que amaneciese, el huésped se despidió de la familia que le había acogido y se internó en el oscuro bosque. Durante los años siguientes, volvió en secreto cada noche para encontrarse con su compañero.
Una de estas noches, mientras paseaban juntos a la luz de la luna, Óscar se detuvo y cogió de las manos a su amigo.
-Dorian, hay algo que quiero pedirte.
El otro suspiró.
-Sé lo que vas a pedirme. La respuesta es no.
-¿Por qué no? Podríamos estar juntos para siempre. No volverías a estar solo. ¿No es eso lo que querías?.
-Sabes que te quiero más que a nada en este mundo, y que nada me haría más feliz que compartir contigo la eternidad. Pero no de este modo. No quiero condenarte a esto.
-Pero, ¿por qué habría de ser una condena? Nos tendríamos el uno al otro.
-Sí, pero tú perderías muchas cosas que a mí ya me son negadas. Sé que me quieres, pero ¿abandonarías a tu familia por mí? ¿Abandonarías a Rose?
-Rose pronto será una mujer hecha y derecha. Se casará y formará su propia familia. Además, no tendría por qué abandonarla.
-Lo harías, créeme. La disciplina necesaria para controlar el ansia de sangre no se alcanza de la noche a la mañana. Yo tardé cien años, y hasta que lo conseguí maté a muchos de inocentes. Algunos de ellos, personas a las que verdaderamente había llegado a querer.
-Nunca me lo habías contado- dijo Óscar, horrorizado.
-No es algo que desee recordar. Lo peor de nuestras malas acciones es que a veces no las podemos enmendar. Además…. Muchos creen que los vampiros perdemos una parte de nuestra alma cuando dejamos de ser del todo humanos. Si se nos concede una vida eterna en este mundo, probablemente signifique que no seremos dignos de continuarla en el otro.
-Quieres decir….
-Que no creo que haya esperanza para mí. Mis manos están demasiado sucias. Pero puede que si la haya para ti. Y no quiero ser yo quien destruya esa esperanza.
El joven Óscar insistió durante mucho tiempo, pero la respuesta siempre fue la misma. Pasaron los años, y mientras él se hacía viejo, su amante permanecía inalterable.
-¿Por qué sigues conmigo?-le preguntó una noche. Estaban solos en la casa, sentados frente a la chimenea. Rose vivía con su marido en la ciudad, y su madre hacía tiempo que se había ido.-He perdido la belleza que viste en mí cuando era joven. Mis cabellos se vuelven un poco más grises cada día y las marcas del tiempo no perdonan a mi rostro.
-Sigo contigo porque te amo-afirmó el otro mirándole con ternura. -Y no es cierto que hayas perdido tu belleza. No me enamoré de tu rostro, sino de tu alma, que cada día es más hermosa.
-Pero pronto se acabará mi tiempo, y volverás a enfrentarte a la soledad. Buscarás a otro para que te haga compañía.
-Jamás encontraría otro como tú-afirmó.
Muchos años después, cuando ya había alcanzado una edad muy avanzada, Óscar dejó este mundo con Dorian cogiéndole la mano. Cuando se cumplía un año de su muerte, Rose fue con su familia a llevarle flores y quedó maravillada al encontrar junto a su tumba una extraordinaria escultura de mármol que representaba a un apuesto muchacho, de pie frente a la lápida,  con las mejillas surcadas  por lágrimas de piedra.





Obra registrada:

Safe Creative #1207021903047




                                    

No hay comentarios:

Publicar un comentario